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Construir un refugio con partitura y colores propios

1 mayo, 2018
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La Estación Central de Tokio

Tsukuru Tazaki  es ingeniero, tiene 36 años y diseña estaciones de trenes. Es una persona solitaria que ha sobrevivido a un intento de suicidio y podría pensar que no le falta nada. Pero algo le impide avanzar y parte de la respuesta, está en sus amigos de la adolescencia, que de un día para otro dejaron de hablarle cuando tenía veinte años.

La decisión de Ao, Aka y las jóvenes Shiro y Kuro casi arrastra a Tsukuru a la muerte. Logra recuperarse, estudiar y conseguir un trabajo con el que está conforme. Pero algo no anda bien y él lo descubre al conocer a Sara, quien lo alienta para saber qué pasó con sus amigos. Con la pieza de Liszt Los años de peregrinación, comenzará un recorrido, que le llevará a distintos lugares del mundo en búsqueda de la verdad.




El título de la obra refiere a los apellidos del grupo de jóvenes, que en los primeros ideogramas de cada uno, aka, ao, shiro y kuro,  alude a los colores rojo, azul, blanco y negro. “En este mundo existen colores buenos, deseables, y colores que transmiten malas vibraciones. Colores alegres y colores tristes. Hay personas con un halo intenso y otras con un halo difuso. La verdad es que cansa tener que verlos continuamente, lo quieras o no”, revela un interlocutor a Tsukuru.

Los años de peregrinación del chico sin color es una novela intimista, de amistades adolescentes y golpes de timón propios de la vida adulta, sueños realizados y otros por cumplir. “Como había dicho Ao, no se puede dar marcha atrás. Al pensar en ello, la tristeza surgió de alguna parte y lo inundó sin hacer ruido, como si fuera agua. Era una tristeza transparente, sin forma concreta. Era su propia tristeza y, al mismo tiempo, una tristeza inalcanzable, en un lugar distante. Lo ahogaba y le dolía como si le horadase el pecho”.

Contra esa tristeza y con la ayuda de Sara, Tsukuru emprende su peregrinación. “Dentro de sí, en el centro, había algo duro y frío; era como un terrón de tierra, y estaba tan helado que no se derretía por más que transcurrieran los años. Eso era lo que le provocaba el ahogo y el dolor en el pecho. Hasta entonces no sabía que hubiera algo así en su interior. Pero era el dolor correcto, el ahogo correcto. Debía sentirlos. En adelante tendría que esforzarse por derretir poco a poco ese núcleo helado. Le llevaría tiempo. Pero era lo que tenía que hacer. Y para derretir ese terrón congelado necesitaba el calor de otra persona.”

En la novela hay una apuesta al amor, aunque para ello, tenga que desenterrar una verdad inquietante.  “La verdad es como una ciudad semienterrada en la arena. Con el paso del tiempo, unas veces la arena va acumulándose hasta ocultarla; otras, el viento la limpia hasta que emerge por completo”, reflexiona Tsukuro.

Los años de peregrinación del chico sin color es una obra que mira al interior y nos interpela. “El corazón humano es un pájaro nocturno. Espera algo en silencio y, cuando llega el momento, alza el vuelo y se dirige en línea recta hacia ello”. Obra que descubre en la vida “una compleja partitura… llena de semicorcheas, fusas, signos raros, anotaciones indescifrables. Leerla correctamente es una tarea ardua y, aunque uno lo consiga, no siempre la interpreta de la manera correcta ni la valora en su justa medida.”

Quizás algo de esto signifique vivir. Y de necesitar de otras personas, porque los corazones solitarios “se unen sólo mediante la armonía. Se unen, más bien, herida con herida. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad”, puede leerse en otro fragmento.

“—Mira, esto es como construir una estación. Es algo sólido, y no se echará a perder ni se desvanecerá en el aire por un pequeño error. Tú tienes que construir la estación, aunque no sea perfecta. Porque si no hay estación, los trenes no pueden parar. Y la gente no podrá subir a ellos. Eso es lo importante. Si se detecta algún defecto, podrás arreglarlo más tarde, cuando sea necesario. Pero primero edifica la estación. Una estación especial para ella. Una estación en la que los trenes quieran parar, aunque no tengan nada en particular que hacer allí. Imagina esa estación, píntala con un bonito color, concrétala. Luego graba tu nombre en los cimientos, insúflale vida. Eres lo suficientemente fuerte para hacerlo”, aconseja Kuro.

A diferencia de otras obras de Murakami,  la novela invita a estrechar lazos en una época de soledad y egoísmo, a construir un refugio con partitura y colores propios, hallar un par que nos ayude a caminar acompañados. Alternativa no menor y necesaria, en tiempos de un neoliberalismo que vulnera los derechos más básicos mientras la sociedad mira para otro lado.

Horacio Beascochea

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