Treinta y uno de diciembre. “Tú serás la última mujer de mi vida”, escucha María de parte de su pareja, un matemático especialista en la teoría del caos que parecía el hombre perfecto y le anuncia que la abandonará. Así se inicia “La excepción”, de la escritora islandesa Auður Ava Ólafsdóttir.
Perdona pero lo amo, le confiesa él, en esa sutilísima división temporal a la que llamamos «fin de año» y que sería absolutamente invisible de no ser por nuestra tradición de inflarla y hacerla explotar en pedazos.
Así, de un día para otro, María se queda con sus dos hijos mellizos de dos años y medio, mientras se pregunta cómo no se dio cuenta de que su pareja tenía otra relación. Para ahondar su zozobra emocional, descubre por boca de su madre sobre la aparición de su padre biológico y trata de digerir los cambios ayudada por la amistad de Perla, «doctora en Psicoanálisis, consejera matrimonial y escritora», según se presenta.
Auður Ava Ólafsdóttir nos cuenta sobre pérdidas y encuentros, tropiezos e interrogantes. —La diferencia entre la vida y la literatura es más que nada que en la vida puede ser difícil determinar el momento en el que algo empieza a tener lugar”, confiesa Perla, para agregar más adelante: “La gente se niega a mirar la verdad a los ojos: que el mundo está lleno de cristales rotos y que el sufrimiento profundo agudiza la percepción y le otorga un valor a la vida. —No, no todo el mundo es escritor. —Es cierto que uno siempre trata de esconder la crueldad del mundo tras la búsqueda de la belleza.
¿Se escribe para buscar la belleza y olvidar la crueldad del mundo? Éste y otros interrogantes se deslizan en “La excepción”, como también la posibilidad de enfrentarse al amor casi en cualquier hondonada, pensar en la muerte sobre una pequeña duna de arena, buscar lo sublime en cualquier mata de hierba.
“La excepción” se desarrolla en tierras gélidas, donde el silencio, la nieve y el hastío puede cubrirlo todo. En otra ocasión le dije a mi madre que me fastidiaba tener que esperar a que alguien viniese a llamar a la puerta para preguntar si yo quería salir a jugar. Ella sostenía que la vida consistía en esperar y que la sociedad actual subestimaba el aburrimiento. En el vacío del aburrimiento yacen incontables posibilidades y de ellas surgen creaciones importantes. Los mayores logros de la humanidad han nacido del hastío, ¿o acaso crees que Brahms no se aburrió nunca? Si le hubiese confesado que estaba sufriendo, ella me habría respondido que dolor y deseo son precisamente el sentimiento básico de la creación. Y asimismo podría haber añadido: «El mundo recuerda el sufrimiento durante medio día; el poeta le da un significado y hace que perdure. Porque un hombre atormentado busca la belleza».
Novela que bucea en los orígenes y en el posible reencuentro entre una hija y un padre ausente. No necesito un padre para averiguar quién soy, pues no hay mayor ficción que la biografía de una misma y sus recuerdos son el culmen del arte literario, de arte poética. Así que él podría trabajar en un circo y vivir en una caravana con su séptima esposa. ¿Qué puede significar un hombre que la creó a una pero que acto seguido desapareció? Yo tenía más interés en la rama familiar de mi madre. Al excavar bien hondo en la genealogía y levantar tierra a conciencia, aparece en esos cementerios helados hasta los huesos del norte una honorable antepasada de la que se dice que era «amante de la poesía y bajita».
No faltan tampoco los guiños al oficio de la escritura: —Una siempre está intentando robar ideas de la gente con la que se encuentra, siempre algo aprovechable en el sufrimiento ajeno, buscando sucesos y lugares que revelen miedos y deseos. —Así que el poeta es un cuervo que busca lo que brilla —digo sonriéndole a mi vecina. —Exacto, así que no voy a negar que existe un cierto peligro en conocer a un escritor —dice ella y se sacude unas migas de la blusa—. Una siempre está trabajando; o a la creación literaria: Ya me he cortado a menudo las venas, me he dejado desangrar para otros escritores. Cuando finalmente iba a emprender el vuelo y escribir mis propias obras, resulta que me he quedado sin palabras. Me vienen ideas, de eso no me falta, pero en vez de explotar en todas direcciones igual que los fuegos artificiales, entran en hibernación, se retiran, se enclaustran sin que yo llegue a alcanzar el bosquejo de los acontecimientos. Cualquier cosa que escriba está muy lejos de la belleza. Sirve de poco el tener una lámpara con una bombilla de sesenta vatios en la mesa de la cocina, mi propio sol artificial para poder poner a punto el alma en la oscuridad, ya no me queda ni lo más mínimo de sensibilidad poética.
Ni tampoco a la obra en sí a una serie de eventos adversos que parecen no tener fin: Si la vida fuese una novela, semejante sobrecarga de eventos dramáticos no resultaría creíble… Si esto lo hubiese redactado mi escritor, le tacharía la mitad, confiesa Perla.
No sin contratiempos, la obra deja atrás la separación de María para emprender una nueva búsqueda. Una conoce este caos en el alma, no tener su casa en ninguna parte, estar siempre en busca de un hogar, padecer una morriña crónica. Morriña crónica, ¿quizás la que da cuenta el arte?
En esa búsqueda, que también devela secretos, la vida es un viaje largo con un gran número de pájaros. Ahora más que nada estoy haciendo que el personaje principal vuelva por mar a casa con la niña en un barco y que así vea cómo la isla emerge del mar. El viaje se hace entonces algo largo y varios tipos de pájaros aparecen en la historia por el camino, posiblemente la primera ave migratoria irá con ella en el barco. Cuando el casco del barco se adentra por las aguas del fiordo a través del velo de brumas que flota sobre el agua (sí, las dos tardan un tiempo en adentrarse en el fiordo, madre e hija), el pájaro alza el vuelo desde la cubierta y se posa en un montón de nieve y se pone a cantar.
Viajar y cantar, reflexiones y reencuentros, enojos con la vida, “La excepción” no defrauda, transpira sensibilidad y sentimientos y propone atravesar duelos mediante la palabra, para no quedar anclado en lo que no fue.
Horacio Beascochea