
Imagen de Joshua Woroniecki en Pixabay
Un amor no declarado, alguien que corre para sanar, dos amigos que intentan engañar el tedio esquivando vehículos en el abrasador oeste pampeano o el espeluznante descubrimiento detrás de una persona afable, son algunos de los personajes de Guanacos y otros cuentos brutos, de Matías Sapegno.
Libro pandémico y de taller —según palabras del autor— en sus páginas se abordan temas como la amistad, la infancia, la vejez, la vida o la muerte en tiempos de tapabocas y distanciamiento social.
«Troto casi a diario, como todas las personas que se separan. Primero corremos para escapar de la tristeza, después para destilar libido y después no sé para qué corremos», medita un personaje que pretende festejar su cumpleaños en una carrera contra un guanaco, quizás para mitigar la soledad.
Hombres y mujeres que esconden secretos y anhelos con la esperanza de concretarlos, aunque a veces sea muy difícil. La Pampa, sus médanos y arenales, paisajes resecos, la metrópoli o una peña con un espantapájaros conforman un corpus donde la cordura a veces pende de un hilo y lo inquietante trastoca la vida cotidiana.
En estas realidades, tejer sentido es una forma de sobrevivir. «Cuando caminábamos juntos él iba con la cabeza para adelante, el cuello un poco estirado y los ojos fijos en el horizonte. Así me hablaba, sin mirarme, como si fuéramos hacia un destino intenso al que no podíamos llegar tarde. Pero no había intensidades, había postales de barrio repetidas. Hacer travesías por calles conocidas, saludar a los mismos personajes, sostener ritos minúsculos como comprar los cigarrillos en el mismo kiosco. A mí me gustaba eso. Esa reiteración de tardes en compañía del tío Richar rumbo hacia ninguna parte era mi mundo», reflexiona un personaje.
También podemos reconocernos en lugares míticos como el Bar Quiroga, el oeste pampeano y el río robado, espacios sin escapatoria pero donde es necesario quedarse. «Hubo una época en que todas las tardes nos llevábamos dos cajas de vino al campo y nos las tomábamos en el piso, recostados a la sombra baja de las jarillas. Para no movernos, meábamos acostados y le echábamos tierra. Sabíamos que nunca nos íbamos a ir de Santa Lucía. Tener algún sueño era como esperar que el río volviera a traer agua, después de tanto. Los peores días nos agarrábamos los peores pedos y terminábamos llorando. Preferíamos dejarnos ir en ese estado que era hacer nada y hablar, hablar todo el tiempo, en vez de hacer quilombo o daño, como hacían amigos nuestros. Nos ahogábamos, aunque el paisaje fuera puro cielo, un mar de jarilla y médanos», medita una voz en Los pibes de Moscú.
Si de ahogarse se trata, Una orilla verde revela una batalla cruenta contra el coronavirus en un trailer hospitalario y nos recuerda el infierno: «vio llorar a una enfermera, que se llevaba las manos a la cara y se sacudía toda. Le mandó un mensajito a la hija con las indicaciones de dónde estaban la plata y otros papeles. La próxima inhalación siempre era un trabajo. Respirar se acaba», suelta el personaje y la sensación de ahogo es parecida al desierto.
Desierto y soledad, pero en otro relato. «Cuando sopla viento se mueven cosas. Médanos, por ejemplo. En el Oeste vi los restos de una casa devorada por el arenal. La pendiente del médano, su filo, entraba por una ventana sin postigos ni marco y terminaba en el piso de lo que fue una pieza. Muy de a poquito el viento arrimó la arena hasta sofocar a esa familia y su vivienda. ¿Cómo parás un médano? Si empieza a apuntar para tu casa, mejor levantá todo y andate», se lee en Cardo Ruso.
“Estos cuentos son lo que decantó luego de casi un año de hacer un taller de escritura con el chaqueño Mariano Quirós. De él venía leyendo todo lo que encontraba y decidí anotarme. Cada semana (en el contexto de la pandemia, de la que no sabíamos nada), Mariano mandaba unos textos sobre un tema, que podía ser la Amistad, o la Muerte, y había que escribir un cuento sobre eso. Así escribí más de treinta”, dice Matías ante la consulta, para añadir que se trataba de oír esa voz extraña, tan diferente a la que consideramos propia.
“Luego hice una corrección más fina, palabra por palabra, viendo a ver si había que contar más cosas, darle más carnadura a algún personaje o escena. Corregí hasta que me harté de leerme”, agrega. Después de una cuidada selección, en la que colaboraron el periodista Lautaro Bentivegna, la escritora Carola Di Nardo Montalvo y el librero Gabriel Bardini, nació Guanacos y otros cuentos brutos.
El libro tiene catorce relatos y el arte de tapa es una obra de Matías, “Potrillo Oscuro”; textos libres y de circulación gratuita en formato pdf que podés pedirle al autor y dejar por un tiempo el streaming o las proclamas que apuestan el desánimo. No te vas a arrepentir.
Horacio Beascochea
Acerca del Autor
Matías Sapegno nació en Santa Rosa, La Pampa. Es autor de los libros de relatos y fotos “Invisible” y “Alguien, no importa quién”; y de “Paciencia de buey. Cuentos, crónicas y un poema”. Con distintas personas escribió “Capital Pampeano. Un espacio de reflexión para el desarrollo”, “30 Líneas. Una guía para pensar y escribir en las agencias de noticias” y “Biografías Pampeanas”.
Su cuento “Gusto a tierra” obtuvo el quinto premio en un concurso de cuentos cuyo jurado integraban Angélica Gorodischer, Ana María Shua, Edgardo Cozarinsky y Martín Caparrós.
En 2005, con la dibujante Azul de Corso, ganaron el primer premio del 8º concurso de cuentos infantiles ilustrados de la Diputación de Badajoz, España, por “Los días y las noches de Jamil y Jasan”.