*Por Luciano Gaich. El jueves 28 de julio fue uno de los peores días para la administración de Alberto Fernández en lo que va de su paupérrima gestión. Luego de un cabildeo que se desarrolló desde las primeras horas de la mañana en la Casa Rosada y la Quinta de Olivos, el Gobierno anunció –a través de un escueto comunicado de prensa- la unificación de los ministerios de Economía, Desarrollo Productivo y Agricultura, Ganadería y Pesca, y que este organismo resumido estará a cargo del hasta hoy presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa.
El líder del Frente Renovador, además, manejará las relaciones con los organismos internacionales, bilaterales y multilaterales de crédito, según se informó el jueves por la tarde. No se hicieron cadenas nacionales, no se llamó a conferencia en casa de Gobierno, no habló la vocera Gabriela Cerruti, ni el propio presidente, lo cual ya da una pauta del pulso interno dentro del gobierno que llegó al poder mediante un frente atado con alambre, pero al que cada vez se le deshilachan más los hilos. Y todavía falta alrededor de un año.
Entre medio, en una jornada caliente pero no por ello imprevisible, en efecto dominó se sucedieron varias renuncias de funcionarios de primera, segunda y tercera línea, cambios de puestos y algunos otros movimientos de “reorganización”, según consignaron desde la casa de Gobierno. Ministros con cortísima carrera en el cargo, como Silvina Batakis o Daniel Scioli, fueron denigrados hacia puestos de menor relevancia. Otros, como Gustavo Béliz o Julián Domínguez, renunciaron.
ECONOMÍA
La apuesta a perdedor con el nombramiento de Silvina Batakis al frente de la cartera de Economía el cercano 4 de julio -como era de preverse- no funcionó: la reciente y ex encargada del Palacio de Hacienda fue virtualmente bochada por el Fondo Monetario Internacional, luego de su accidentada visita de tres días a Washington porque, se argumentó “no fue consistente cuando tuvo que dar explicaciones sobre la macroeconomía”. Y cuando el ente usurero internacional aplaza a un ministro, los gobiernos que “negocian” con él, acatan.
Pese a esto, antes de emprender la gira hacia el patíbulo, Batakis profundizó el ajuste al aceptar abonar una tasa del 70% anual para refinanciar los vencimientos de títulos de deuda (La tasa de interés “normar” del BCRA oscila el orden del 54%) y consiguió una colocación adicional de compromiso por $192.000 millones, cuestión que era una exigencia del FMI. Ahora estará encargada de hacer cumplir sus propias medidas, ya que fue removida hacia la presidencia del Banco Nación.
MASSA
El nuevo superministro, Sergio Massa, atesora más logros personales que públicos. Surgido de la extinta Unión del Centro Democrático (UCEDE) de Álvaro Alsogaray, pata política que en los 90s amontonaba a los reconvertidos adherentes y partícipes de la dictadura militar. Fue uno de los que promovió el acercamiento con el menemismo y aprovechó el trasvase para pasarse a las filas del Partido Justicialista. Desde allí desembarcó en el Anses como Director Ejecutivo, promovido por Eduardo Duhalde, cargo al que se aferró hasta los primeros tiempos del kirchnerismo. A partir de allí escaló meteóricamente hasta suceder -vaya paradoja- a Alberto Fernández en la Jefatura de Gabinete.
El punto de inflexión se desencadenó en la fatídica madrugada del 17 de julio del 2008, cuando se produjo el revés del gobierno en la Cámara de Senadores, en la histórica sesión por la puja de la Ley de retenciones a las exportaciones agrícolas y que fue definida, tras el empate en votos, por el vicepresidente Julio Cleto Cobos. “Mi voto no es positivo”, sentenció el radical mendocino en aquella oportunidad. Fue allí cuando comenzó el distanciamiento de Massa, tanto que pasó a engrosar las filas de la oposición, así sin anestesia.
Cuando el absceso era imparable dentro del núcleo fuerte del kirchnerismo (o quizás por esto) se conocieron documentos de la WikiLeaks de Julian Assange que comprobaba el estrecho vínculo del hombre de Tigre con la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, situación que le posibilitó –por primera vez en su historia- dividir al kirchnerismo. Con gran pompa mediática, como es su marca, dijo que iba a “destruir a la Cámpora” y “barrer al Kircherismo”, altisonantes frases que lo emparentaban con el entonces también renegado Alberto Fernández.
Durante la presidencia de Mauricio Macri fue su fiel colaborador legislativo, accionando en las Cámaras para que se aprueben todas las leyes de ayuste y entrega a los llamados “fondos buitre” que endeudaron al país por 100 años.
Tras el estrepitoso fracaso y la posibilidad trunca de candidatearse a la presidencia, se reconvirtió nuevamente, presentándose como el poseedor del caudal de votos necesarios para que el Frente de Todos “frenara” a la derecha. Aliados en la escasez (de votos) volvieron bajo el ala de Cristina, quien los necesitaba para hacerse del poder nuevamente.
Es llamativamente recurrente en sus apariciones mediáticas, repetidas casi como un mantra religioso, el uso de las palabras “unión”, “tolerancia”, “empatía”, “equilibrio” -cuando en las sombras no se demuestra tanto-. Y es que el poder de Massa es más mediático que real: ha sabido construir su propia imagen a través de un campaña persistente en medios amigos y autoproclamarse el dueño del raciocinio necesario entre Alberto y Cristina, además de la capacidad de “sacar el país adelante”. Su caudal –tanto electoral como de gestión- es más “místico” que real a la hora de los bifes, sino no hubiera vuelta bajo el ala de quién defenestró no hace tanto tiempo atrás. Y seguimos hablando de Massa, aunque las descripciones confunda, y es que en ese punto, el derrotero de Sergio y Alberto, es calcado.
EL ESCENARIO
La apuesta de Massa es (siempre fue, en realidad), acumular poder dentro del Gobierno de cara a las elecciones del año que viene y, finalmente, poder cumplir su “sueño” (otro de los vocablos preferidos del mantra K) de ser presidente; para eso se está probando hoy el traje de superministro. Internamente, el ambicioso político del Frente Renovador (¿Renovador?) hubiese preferido que esta “oportunidad” de lucirse se le diera mucho antes y en mejores condiciones, pero es que los “tiempos” del Gobierno los maneja Cristina Fernández, a quien por ninguna razón del mundo le caería simpático que a Massa le vaya extremadamente bien en este proceso de llegar al 2023 lo menos cascoteados posible y tener que atender varios frentes de batalla de cara a los comicios, como le pasó en el 2015.
Con un Alberto ya sin nada de poder, sin ministros, prepeado por los gobernadores, apurado por la oposición, “el campo”, los industriales, las organizaciones sociales y los propios del Frente de Todos, pareciera que no le han quedado más filminas que conformarse con ser mera figura decorativa, mientras Massa y Cristina se miden.